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La prostitución no existe, te la inventaron tus papás...

Sí, usted, que se muere de ganas de encontrar una razón para despreciar a las mujeres u hombres que aceptan dinero a cambio de ofrecer gratificaciones psíquicas o emocionales, disfrazadas –casi siempre– de la consumación de un coito, lamento informarle que la prostitución no existe.
Usted a estas alturas ya supondrá que le diré que cualquier relación de pareja o noviazgo es un acto de prostitución, y también puede que usted sea uno de esos ingenuos que no entenderá para qué diré lo demás que voy a decir (como si no lo dijera por una razón), si el tema ya quedó claro. Pero en realidad considero importante explicar esta idea a profundidad, para que no quede como la conclusión que haría alguno de los diluidores de ideas que simplifican todo a 140 caracteres para que el vulgo intelectual entienda lo que es necesario que el vulgo intelectual entienda, sin comprender los demás matices y con una mayor exigencia, tal y como deberían de comprender o tener presente quienes quieran discutir (realmente discutir) con detenimiento esta opinión.
No tengo ningún interés en criticar la forma en que las personas acceden a tener relaciones sexuales o emocionales con otras personas, o los requisitos que consideran importantes cumplir para hacerlo, así que usted quédese tranquilo que no le voy a decir que no debería ser como ya es. Al menos no en este tema. Lo que sí me interesa, es hablar sobre la diversidad de comportamientos en los seres humanos, con el fin de que podamos comprendernos mejor sin tener que atacarnos o crear juicios intransigentes y nocivos para la convivencia.
Pongamos que una persona conoce a otra persona y una de las personas está interesada en demostrarle a la otra que le conviene y que será una buena pareja. Aquí entra el terreno de la subjetividad. ¿Qué le conviene a cada quién y qué le demuestra que el otro será una buena pareja? A algunos les importará la confianza, la dedicación y la estabilidad, pero a otros les interesará la fuerza, el carácter y la gracia. Las combinaciones de éstas y otras variantes son infinitas. Para algunos, la estabilidad se representará en la capacidad de adquisición que tenga el otro, y la confianza tal vez se demuestre en la capacidad de darle su espacio y respetar su tiempo libre, y así sucesivamente con cada variante. Esta fórmula podríamos contemplarla en una pareja de profesionistas que respetan su espacio mutuo y que tienen un buen empleo, o en un cliente que es asiduo a visitar a quien normalmente denominamos como una prostituta o prostituto. El intercambio y la forma de vincularse varía entre cada individuo, ¿pero es acaso una jerarquía moralmente superior lo que los diferencia? En realidad se trata de algo más sencillo, pero no por eso los vuelve algo diferente.
Algunos seres humanos suelen encontrar mayor placer en construcciones de comportamiento más complejas; otros, sencillamente quieren las cosas de manera más directa. Algunas personas gozan mucho de un ritual de apareamiento y conquista prolongado, otros desean algo mucho más simple. Esto no los hace ni mejores ni peores. Sería como decir que alguien nada más por disfrutar armar rompecabezas es mejor que alguien que disfruta comprar un cuadro. La tendencia del ser humano es de promover y aplaudir los actos que subliman o transforman los impulsos primitivos en símbolos. Los deportes son preferibles sobre las guerras, el arte sobre las acciones dañinas hacia otro individuo, el matrimonio sobre la violación o el secuestro de personas que sirvan de parejas sexuales. Al ver que varias de estas sublimaciones nos permiten vivir mejor en sociedad, se cree que todas son absolutamente admirables. Y en realidad no es así. Algunas se han vuelto igual o más perjudiciales que aquello que trataron de impedir en un inicio o ya ni siquiera son una verdadera transformación, sino una complicación caduca del acto o impulso.
Uno de los símbolos más bellos que existen en nuestros tiempos es el dinero. Se le considera  una especie de objeto con un solo fin y que repercute siempre de la misma manera, cuando en realidad habla exactamente de lo que somos como comunidad o especie. El dinero podría ser un objeto querido y respetado, en el sentido más elevado de la ética, si aquél que lo usara le diera ese carácter. Cuando un individuo llega con una mujer o un hombre al que le da su dinero, únicamente le está otorgando lo que ese dinero representa para él, le está diciendo: «Toma esto, es mi trabajo, lo que no compré para mí para dártelo a ti y lo que te pido es el tiempo, acción, gestos, convivencia que tú me das a cambio». Algunos podrían pagar por más tiempo, acción, gestos y convivencia, y no lo requerirán; algunos quisieran obtener más de esa persona, pero no les alcanza. ¿Acaso no son así ciertos matrimonios? El matrimonio, símbolo glorificado de la formación de una pareja, resulta ser tan compartido o envidioso como aquellos que van y administran su dinero en lo que concierne con aquellas a las que llamamos prostitutas o prostitutos. Hay hombres y mujeres que podrían pasar más tiempo con sus esposas o esposos, darles más, dedicarles más de aquello que el dinero simboliza en sus vidas, pero no lo hacen. Tal vez la mujer o el hombre esté de acuerdo con ese trato, tal vez la mujer o el hombre haya sido engañado por la idealización de ese impulso sublimado que se tradujo en el matrimonio o esté ahí por necesidad. La diferencia entre estas parejas y las que asisten al prostíbulo, fuera de la complejización de los acuerdos y del trascurso para obtener gratificaciones, es nula, excepto que es más probable que las cosas sean mucho más claras en el prostíbulo. No podemos tener un mayor respeto o admiración por aquellos que tienen un sistema más complejo de vinculación con otras personas; porque, si de eso se tratara, la persona que volviera su relación de pareja y el intercambio de gratificaciones más enmarañados, sería mucho más admirable que el resto. Tal vez sí tenga una elaboración más complicada de la satisfacción de sus carencias, pero eso ni es bueno ni malo, eso es cuestión de gustos. Por lo mismo no hay tal cosa a la que podamos llamar prostitución, simplemente hay actos de intercambio de gratificaciones, enredados en un mayor o menor magnitud. Pero en medio de una sociedad que no ha aprendido a discernir del peligro que pueden provocar algunos usos hechos tradición compleja, cosas como “la virginidad indispensable para el matrimonio”, “el patriotismo incondicional”, “la territorialidad por encima de los derechos humanos” y, lo que a nuestro tema le concierne: “el odio a las mujeres u hombres que tienen relaciones directas y rápidas a cambio de dinero o alguna ganancia” es normal que se piense que la relación de pareja que se ha tradicionalizado es mucho más óptima, incluso insistamos en que siempre sean así, ya que es natural en el ser humano considerar peligroso lo diferente. Es una buena intención la que se tiene al tratar de atacar la relación simplificada de pareja conocida como prostitución, sin embargo las consecuencias podrían resultar impositivas, en contra de las libertades y las expresiones humanas e incluso pueden llegar a ser un vehículo para promulgador el odio. Así que hay que tener en cuenta que si hay costumbres sangrientas, como la guerra, que pueden ser transformadas en deporte, arte o intelectualidad, y por lo mismo estas transformaciones son elogiadas, volver una relación de pareja más compleja no está sustituyendo algo que verdaderamente sea perjudicial. Y es lógico que nos enoje el abuso que cometen algunos individuos al aprovechar su atractivo y sexualidad para obtener ventajas, pero el problema no se encuentra en el acto sino en las reglas alternas que están rompiendo o saltándose, tanto de parte del que acepta la recompensa como de quien da el beneficio a cambio de un acto sexual; reglas como una adecuada selección de personal, ética laboral, etc. Pero en sí no nos molesta el intercambio de conveniencias y gratificaciones, es el abuso, no lo que algunos consideran prostitución.
Por último, para tratar de evadir a esos que leen sin cuidado o que no son capaces de comprender lo que se dice entre líneas, insistiré en que no puede catalogarse a la prostitución como el acto de intercambiar dinero por sexo, ya que el dinero no es otra cosa más que un símbolo, tal como lo sería un ramo de flores, un poema, el apoyo en situaciones difíciles, los músculos bien formados de horas de ejercicio. Y si el intercambio de dinero por sexo es llamado prostitución, todo lo demás tendría que ser llamado igual, y eso sería incorrecto ya que estos actos primero fueron denominados como vinculación de dos o más personas, comúnmente conocida como: “relación de parejas”.
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